Cada semana, en algún rincón del planeta, una fuerza policial desmantela alguna plantación de marihuana. Detiene a los implicados, incauta las lámparas, los reflectores, los fertilizantes, las
semillas de marihuana si las hay, y kilos de droga. Y cada vez que esto ocurre, una marea de opiniones sacude las calles. Y se vuelve a hablar de Uruguay y el resto de países que están dispuestos a apostar por la legalización de una sustancia que quizás empieza a tener mejor prensa que nunca. Quizás por su aura de “droga blanda” y sus clubs de fumadores, por los defensores de la marihuana medicinal, las ferias dedicadas a su difusión, información y descriminalización. Quizás porque según va pasando el tiempo va quedando más claro que la ilegalidad y la persecución no acaban con un tráfico que sigue causando muertos y genera unos ingresos a grupos criminales que bien podrían invertirse, según algunos gobiernos, en fines más lícitos.
Uruguay, con su propuesta de ley, pretende no solo despenalizar el consumo, sino gestionar y regular la producción de marihuana para uso recreativo. Esta novedosa visión, es una alternativa al modelo represivo como lucha contra el narcotráfico que muchos estados reconocen no estar dando ningún resultado.
Un alijo de
200 kilos de marihuana en una finca a las afueras de Madrid, y la condena de los inculpados por un delito contra la salud pública, es una noticia más entre otras que no parece tener nada que ver con el consumo de un particular que planta sus propias semillas, o un grupo de enfermos de glaucoma que se juntan para compartir sus experiencias alrededor del cannabis. Cada nueva iniciativa en este campo abre posibilidades de mejora tanto para la calidad de vida de los consumidores como para la erradicación del tráfico ilegal de esta sustancia.